lunes, 18 de junio de 2012

La extrema dureza de la ternura

Las esculturas de Miguel Ángel Rodríguez, más que entregarse a la complacencia esteticista de los estilos trashumantes que transan con las modas, parecieran querer trasladarnos a la prehistoria de las formas, a las más antiguas y elementales raíces del asombro, a los toscos altares de los sacrificios primigenios, donde se le pide a la sangre que proporcione las señales, que marque el camino a los significados esenciales. Amuletos inspirados en los restos arqueológicos de las provincias del Noroeste, como un homenaje a esa región cuya memoria queda asegurada en la pétrea dureza de las maderas que trabaja. Muñecas, caballitos y otros juguetes rudimentarios que nos instalan a los mitos de nuestra propia infancia, aunque sin dejar de atarnos a las referencias de nuestros pueblos originarios, como “Juguete de Casabindo”.
Si bien hay retablos que nos remiten a la religión impuesta por los conquistadores, no faltarán en ellos claras huellas de lo propio, como esos símbolos diaguitas reelaborados en una matriz constructivista que se apropió del mejor legado de Torres García.
Varias de estas obras parecieran estar hechas para cumplir otra función, pero es una trampa de Rodríguez para esconder la pura función estética, de la que tanto recela el arte popular. Pero dicha función no es aquí del todo pura, por el fuerte contenido identitario que las anima.
Junto a los duendes se alzan tallas como “Nuestro Niñito de la Calle”, que dan cuenta del desamparo, logrando el milagro de imprimir la profundidad de la ternura en una materia tan refractaria a ese tipo de signos, lo que constituye uno de sus mayores aciertos.
Por un lado Rodríguez representa en sus esculturas las claves arcaicas del territorio en que ancla su estética, pero no deja de entablar una guerrilla semiótica con quienes se hallan hoy empeñados en desmantelar todo lo sagrado que aún guarda ese mundo, como las obras que dedica al Ratón Mickey, ese emisario del Gran Rey de las Mentiras que impera en el lejano (y bárbaro) Norte.

                                                                               Adolfo Colombres
Escritor
Septiembre de 2007
Buenos Aires

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