Miguel Rodríguez apuesta
fuerte; desde aquello que oprime y afecta
se propone una crítica sin denuncia, sin didáctismos, desde la intensidad expresiva del material y
la pregnancia de las formas, es
decir desde la condición estética de su
discurso. Para hacerlo recurre a una contra- parodia, al juego burlón e
irreverente, que reúne el mundo infantil de los dibujitos animados con las identidades siniestras que como
sombras el poder arroja sobre nuestra
vida cotidiana. Devela un sentido sólo accesible en forma de parodia, de
ironía, de alegoría rota.
Siempre son grotescas
las caricaturas llevadas al espacio real, porque fuera de la dimensión virtual sus presencias
fantasmales no tienen encarnadura. Miguel las convoca y las atrapa en los
materiales “clásicos” de la escultura como el bronce y la madera o la resina.
Parte de la gracia de
los dibujitos es cómo nos devuelven una segunda e hilarante mirada sobre nosotros mismos, aquí sacados de sus
contextos e incluidos en el aurático sistema del arte, lo que podría ser un homenaje a los personajes pasados al
bronce, se vuelve una tomadura de pelo
cuando la clave paródica los muestra como imitación de imitación, algo que se
vuelve a decir, hasta mostrar su ridículo, su costado patético, su pretendida
inocencia.
Personajes de comics y
el sueño sojero son convocados con la atenta belleza de las formas y las
soluciones del arte, para estallar ácidamente en el burlón gesto que el artista
le propina a los que nos tratan como a
chicos.
Patricia Ávila
Artista
Visual
Septiembre
de 2007
Córdoba
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